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martes, 2 de agosto de 2011

LA EXPERIMENTACIÓN VIVISECCIONISTA - PIETRO CROCE

LA EXPERIMENTACIÓN VIVISECCIONISTA*


Por Pietro Croce

La idea fundamental del antiviviseccionismo científico queda expresada en la siguiente proposición: Ningún experimento realizado con una especie puede ser extrapolado a ninguna otra especie. Este concepto básico ha sido aceptado no solamente por la mayoría de los antiviviseccionistas, sino también por los viviseccionistas que después de haberse percatado de la falta de fiabilidad de la experimentación animal han decidido utilizar al propio ser humano como modelo experimental para los seres humanos. Debemos considerarlos aliados de los antiviviseccionistas, porque admiten que la experimentación inter species (entre especies) tiene que ser rechazada totalmente. Sin embargo, siguen manteniendo que es válida la noción de la experimentación intra speciem (dentro de una misma especie), un método al que los antiviviseccionistas ponen estrictos límites, y no solamente por motivos éticos.
La experimentación intra speciem -que implica utilizar al ser humano como modelo experimental para la especie “humana”, al perro como modelo experimental para la especie “canina”- de hecho ofrece una alternativa atractiva que parece impecable desde el punto de vista lógico y científico. Sin embargo, no lo es. Por el contrario, la experimentación intra speciem es en muchos casos tan engañosa como la experimentación inter species. Esto es así porque se fundamenta en el error positivista básico que consiste en intentar aplicar métodos analíticos a las ciencias biológicas y naturales, y basándose en ellos subdividen los organismos vivos en las partes que los componen, las analizan y a continuación proceden a volver a ensamblarlas como si fueran partes de un rompecabezas, con la errónea creencia de que la suma del conocimiento de las partes equivale al conocimiento completo del todo.
No obstante, dicho planteamiento ignora un elemento imponderable que cada uno designamos con un nombre de acuerdo con nuestras raíces culturales, religiosas y nacionales. Podríamos denominarlo “alma”, “psique”, “inteligencia” o “espíritu”. Yo prefiero el término Vida, un atributo inmanente que está presente en todo lo que se mueve, crece, sufre, se reproduce y muere: es un atributo que no puede ser analizado ni cuantificado con procedimientos físicos, químicos o matemáticos, pero que a pesar de todo existe.
Un científico ortodoxo podría objetar lo siguiente: “No creo en un atributo que no puede ser analizado, precisamente porque no puede ser analizado. No creo en nada que no pueda ver o tocar”. ¿Y cómo puede responderse a estas afirmaciones? Usando el mismo lenguaje uno podría replicar lo siguiente: “Durante millones de años la gente no pudo tocar ni ver las ondas de radio, ni la luz infrarroja, ni los rayos cósmicos, ni la luz ultravioleta… pero a pesar de ello existían”.
“La aplicación sistemática del método analítico a las ciencias biológicas y naturales ha negado ese elemento denominado ‘Vida’ y ha llevado a la ciencia médica a un callejón sin salida, y para salir de él las generaciones futuras necesitarán dedicar todo su tiempo y todas sus energías” (Lépine, 1967). No obstante, la luz está empezando a brillar a través de unas pocas grietas que están aumentando más rápidamente de lo que podría esperarse.
Este proceso de neo-civilización debe mucho al contacto cada vez más frecuente y sencillo con los sabios, místicos, poetas y filósofos orientales. Esto no quiere decir que Occidente deba adoptar los modos de vida y pensamiento de Oriente, pero sí significa que tenemos que admitir que el modo occidental de vivir, pensar y aprender (o lo que es lo mismo, usar exclusivamente la ciencia) no es el único posible; no posee el don de la santidad ni el de la infalibilidad, ni tampoco es la llave de los secretos del universo. Muchas personas, incluso a pesar de no haber recibido formación científica (o quizá precisamente por esa razón), han llegado a comprender esta realidad intuitivamente. Es algo que queda demostrado por el número creciente de personas de diferentes grupos sociales y religiosos que están adoptando modos de pensar distintos de los de la mayoría, eligiendo con libertad y valentía nuevas formas de vida.
Volvamos a la cuestión de los experimentos viviseccionistas con humanos. Como argumentamos anteriormente, la experimentación intra speciem es con frecuencia tan engañosa como la experimentación inter species, especialmente cuando se trata de experimentación con humanos.
La experimentación con humanos fue ampliamente practicada en los campos de concentración nazis. El siguiente es un ejemplo típico de esos experimentos y tuvo lugar en los barracones de los deportados judíos. Un doctor les dio 24 horas para decidir si se ofrecían como voluntarios para un experimento. Al día siguiente, se presentaron muchos “voluntarios” para el proyecto. Fueron seleccionados 10 de ellos, de entre 20 y 30 años de edad. Fueron trasladados a unas instalaciones limpias y cómodas equipadas con buenas camas y baños decentes. La comida era abundante y de calidad. Sin embargo, los prisioneros sabían lo que les esperaba al final de esa carretera tan bien pavimentada, y a su debido tiempo llegaba el día del experimento.
¿Cuál era el propósito del experimento? “¿Durante cuántas horas puede un humano aguantar la inmersión en agua a temperaturas de entre 10 y 12 grados centígrados?” Ésa era la situación en la que se encontraban los pilotos de la Lutwaffe cuando se veían obligados a lanzarse en paracaídas en el Mar del Norte. Querían saber cuántas horas tenían las fuerzas navales y aéreas alemanas para rescatarlos. El experimento se llevó a cabo en una piscina. La agonía fue controlada con un cronómetro.
Éste fue solamente uno de los muchos experimentos realizados con prisioneros. Los archivos de Núremberg contienen informes de otras muchas atrocidades cometidas con propósitos experimentales, pero para nuestra tesis es suficiente comentar uno de ellos. Lo hemos mencionado no con el propósito de provocar críticas basadas en fundamentos éticos, sino para evaluar objetivamente la validez científica del experimento.
En realidad, el experimento carece de validez científica. Los doctores que lo realizaron sabían que habría sido absurdo utilizar animales y que con ese método “clínico” demostraban que su planteamiento era digno de la instrucción que habían recibido en sus excelentes universidades alemanas. Estaban equivocados, enormemente equivocados, al igual que lo estaban también los responsables de las universidades. El error podemos resumirlo en la siguiente afirmación: “En muchos casos los humanos no son modelos experimentales apropiados para los humanos”. ¿Por qué no? Porque en el mismo momento en el que una persona deja de serlo y se convierte en un modelo experimental, queda destruida la unión entre el cuerpo y el alma, el soma y la psique, la materia y la Vida. El investigador entonces no dispone más que de un trozo de materia vacía que tiene poco en común con la materia que poco antes actuaba como un vehículo para la Vida y la contenía en su seno.
Intentemos contestar la siguiente pregunta: ¿Podemos comparar una de esas desventuradas víctimas –separadas de su familia, transportadas en vagones para animales durante días sin comida ni agua, que eran hacinadas en sucios barracones, y que al final eran engordadas como cerdos para la matanza antes de experimentar una muerte horrible– con un piloto joven en buen estado físico, poseído por la emoción propia de la batalla, con determinación de sobrevivir y consciente de que sus camaradas tratarán de acudir en su rescate? ¿Acaso podemos establecer alguna comparación entre el conejillo de indias judío y el piloto heroico, y alguien duda quién de los dos es el que podría sobrevivir más tiempo en el agua fría? La respuesta parece evidente. “El conejillo de indias judío moriría primero, parece bastante obvio”. Sin embargo, no es así. Si analizamos la cuestión desde otro ángulo la conclusión es opuesta. Comparemos de nuevo el estado físico y psicológico de los dos sujetos, esta vez desde otro punto de vista:

1.              El judío víctima (o “modelo experimental”) del ensayo, privado de toda esperanza, se contrae en sí mismo y se prepara para su inminente liberación a manos de la muerte. Con su estado de introversión y resignación sus fuerzas vitales se deprimen, se relaja su tono muscular y se reduce la producción de hormonas reactivas (adrenalina y esteroides). El metabolismo queda ralentizado, los tejidos producen menos calor y éste se pierde en menor medida en el agua, por lo que la muerte por hipotermia se demora.
2.              Como contraste, el piloto combatiente pone en guardia todas sus energías mentales y físicas y se mantiene alerta y activo: aumenta la producción de hormonas reactivas, se eleva el tono muscular, aumenta la producción de calor y éste se pierde en mayor medida en el agua, con lo que la hipotermia llega rápidamente.

He aquí la paradoja: ambas hipótesis son científicamente válidas, aunque son antitéticas. La hipótesis identificada con un signo positivo queda anulada por otra hipótesis identificada con un signo negativo. El resultado aritmético es igual a cero. El experimento no enseñó nada y careció de relevancia.
De hecho, la historia reciente demuestra que ninguno de los experimentos realizados en los campos de concentración nazis fue de utilidad para la ciencia médica. Sin embargo, dichos experimentos eran intra speciem, el ideal de los científicos de nuestros días, que más de 50 años después siguen efectuándolos, con lo que violan no solamente todos los preceptos morales, sino también toda la lógica científica.


ENSAYOS CLÍNICOS

Los ensayos clínicos son indispensables e inevitables. Paradójicamente, podría decirse  que si no se realizaran uno acabaría por llevarlos a cabo de todas formas. ¿Qué significa eso? Significa que si no se realizaran ensayos de forma sistemática y planificada en instituciones equipadas a tal efecto, y si los medicamentos nuevos fueran comercializados sin haber sido probados con anterioridad, los primeros sujetos experimentales involuntarios serían las primeras personas que los tomaran, con todas las posibles consecuencias –algunas de las cuales serían desastrosas– que podría haber. Todo nuevo medicamento o procedimiento diagnóstico debe ser probado con personas. ¿Y dónde está el problema? El problema está precisamente en la selección de dichas personas. Analicemos los criterios que deben guiar nuestra selección.

Ensayos con voluntarios sanos. Este método es inaceptable, por motivos técnicos y éticos.
La objeción técnica principal es que los medicamentos generalmente son administrados a personas enfermas, mientras que los voluntarios son, por definición, personas sanas. No es preciso ser un experto para darse cuenta de que un organismo enfermo no es igual que un organismo sano. Hasta la más simple de las enfermedades es capaz de cambiar muchos parámetros biomédicos (a veces todos) de maneras que pueden ser cuantificadas e incluso de formas que están más allá de nuestra capacidad de cuantificación. Como resultado de ello, la mayoría de las reacciones de una persona enferma son diferentes de las de una persona sana. Pueden proporcionarnos alguna indicación, pero son demasiado vagas para resultar válidas en términos científicos, especialmente cuando un concepto vago e impreciso puede llegar a ser transformado en la práctica en un peligro real y concreto.
La objeción ética es la siguiente. Los ensayos se llevan a cabo con voluntarios, es decir, con personas que aceptan la responsabilidad de lo que les pueda ocurrir. ¿De qué tipo de voluntarios se trata? Es posible que se trate de voluntarios pagados, lo que representa una clara contradicción. No es justificable que unas personas asuman esos riesgos, ni siquiera cuando la necesidad les obliga a vender sus cuerpos para convertirse en “pacientes”. El concepto de necesidad puede abarcar situaciones que van desde las peores formas de pobreza y hambre hasta el simple deseo de comprar una motocicleta. Por tanto, no debería ser responsabilidad exclusiva del voluntario demostrar la naturaleza voluntaria de su participación; todo lo contrario, es obligación de los investigadores decidir sobre la legitimidad ética de poner en riesgo la salud de otros. ¿Cuándo pueden estar seguros de que se encuentran dentro de los límites de dicha legitimidad? “Nunca”, ésa es la respuesta simple y absoluta, incluso cuando nos referimos a la categoría de los experimentos con voluntarios que “estén preparados para sacrificarse por el bien de la ciencia”. La sociedad humana se fundamenta en determinadas normas o convenciones aceptadas por la mayoría. El sacrificio mencionado se desvía claramente de esas normas, por lo que una conducta desviada de ese tipo solamente puede ser un signo de inestabilidad mental. Todo ello anula el concepto de participación “voluntaria”.
Los investigadores nos aseguran lo siguiente: “cuando reclutamos voluntarios les explicamos con precisión y objetivamente el objetivo del experimento y cómo se llevará a cabo, los controles que se aplicarán, y los riesgos que correrán (que siempre se califican de ‘insignificantes’)”. Sin embargo, la realidad es menos tranquilizadora. Como norma, la transacción entre el conejillo de indias voluntario y quienes desean realizar el ensayo se deja en manos de “persuasores profesionales”, enviados por la compañía farmacéutica interesada. Ellos saben cómo ganarse la confianza y la simpatía de los voluntarios para convencerles de que la elección depende exclusivamente de su voluntad, que nadie tratará de obligarles a actuar en contra de ella y que ellos, los “persuasores” son amigos y consejeros suyos, más inclinados a disuadirlos que a animarlos.
Sin embargo, ¿qué tipo de convicción puede formarse en la mente de una persona lega en la materia que escucha cómo le hablan de “transaminasas, fosfatasas alcalinas, o función hematopiética”, unas palabras que son inteligibles para el persuasor pero que para la víctima solamente poseen el efecto hipnótico de las promesas realizadas por el oráculo de Delfos?

Ensayos con engaño. Los ensayos que se realizan con pacientes que sufren una determinada enfermedad, persuadiéndoles para que acepten someterse a una terapia o a un procedimiento diagnóstico útil para una enfermedad diferente, lo que suelen conseguir inculcando a la víctima una esperanza ilusoria en sus posibles efectos beneficiosos; por ejemplo, los responsables del ensayo pueden probar una terapia antirreumática con un enfermo de cáncer después de convencerle con afirmaciones vagas e imprecisas del tipo “Nunca se sabe si…”, o “Se ha observado que…”, o cualquier otra similar, y dichas palabras normalmente son suficientes para aprovecharse del desventurado paciente, cuyas defensas psicológicas pueden ser quebradas con un poder de persuasión muy reducido y con la ilusión de una frágil esperanza.

Ensayos homólogos. Estos ensayos clínicos son legítimos desde el punto de vista técnico y éticamente aceptables. Son homólogos (relacionados) con el paciente, porque se entiende que la investigación se desarrolla en beneficio del paciente en particular, y no para el de otros ni para el de la comunidad; también son homólogos con la enfermedad, es decir, están relacionados con la enfermedad para cuyo tratamiento se llevan a cabo los ensayos, y exclusivamente con dicha enfermedad. Los ensayos homólogos deben estar sujetos a unas normas muy estrictas:

1.             El participante en el ensayo debe estar aquejado de una enfermedad. Por tanto, los voluntarios deben quedar excluidos si están sanos o si padecen una enfermedad diferente.
2.             El medicamento o el procedimiento diagnóstico deben poseer características que sean razonablemente aceptables para actuar en beneficio del tratamiento de esa enfermedad concreta.
3.             El paciente debe dar su consentimiento. Si no puede otorgar su consentimiento por padecer alguna incapacidad, debe solicitarse el permiso a otra persona que esté capacitada para otorgarlo en beneficio exclusivamente de los intereses del paciente.
4.             El tratamiento o el procedimiento diagnóstico solamente deben ser aplicados cuando no existan otros métodos conocidos para beneficio del estado de salud del paciente.


Como puede verse, el paciente está en el centro de todos los esfuerzos terapéuticos: todo debe estar diseñado para mejorar su estado. Queda implícito que no debe llevarse a cabo ningún ensayo en el que alguien sea sacrificado en beneficio de otros muchos, porque eso es una aberración que ha provocado un gran daño y sufrimiento a los “muchos” que constituyen colectivamente la humanidad, que lleva siendo miles de años víctima en su conjunto de unos indeseables “benefactores”.

Conclusiones

Las siguientes conclusiones resumen el pensamiento antiviviseccionista en general:

1.              Los experimentos que se realizan con animales de especies no humanas son engañosos y por lo tanto causan perjuicio a la salud humana.

2.              Los experimentos con seres humanos tienen unas limitaciones técnicas y éticas muy estrictas.

En este punto, un científico habituado a razonar exclusivamente en términos de experimentación podría objetar lo siguiente: “¿En qué métodos podemos basar entonces el progreso de la medicina?” La respuesta es que no hay ningún ámbito de la ciencia que pueda confiar su progreso al método experimental exclusivamente, y así ocurre también en no menor medida en el terreno del progreso médico. En todas las disciplinas científicas, la experimentación va de la mano de la observación de los fenómenos naturales. Esto es particularmente cierto en el campo de la medicina. En realidad, podría decirse que la medicina está basada en sus dos terceras partes en observaciones y en una tercera parte en la ciencia experimental. Desafortunadamente, la parte experimental fue absorbida desde el principio por el gran error metodológico que representa la vivisección.
En consecuencia, la vivisección ha sido un error global y debe desaparecer. Los futuros investigadores, que estarán libres de dicho error, podrán basar la investigación médica en unos fundamentos genuinamente científicos. Eso requerirá efectuar una revisión total, difícil y desagradable de todos los conceptos que se han enseñado hasta ahora y que han actuado en detrimento de todos nosotros y de la profesión médica. Los futuros investigadores deben devolver a la medicina la integridad científica que ha sido usurpada por la aberración viviseccionista.

Sobre el autor:

Pietro Croce es una luminaria de la ciencia médica. Nació en Dalmacia en 1920, se graduó en la famosa Universidad de Pisa, Italia. Cursó estudios en Denver, Ohio y Barcelona. Entre 1952 y 1982 fue jefe del laboratorio de Anatomía Patológica en el Hospital L. Sacco en Milán, Italia. Miembro del Colegio Americano de Patólogos. Prolífico autor de libros de medicina y artículos científicos publicados en varios idiomas.

*El presente texto es un extracto de Vivisection or Science? An investigation into testing drugs and safeguarding health, Zed Books, New York, 1999.