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domingo, 12 de junio de 2011

El fracaso de la investigación médica y científica


El fracaso de la investigación médica y farmacéutica

Milly Schär-Manzoli

 
No existe ningún medicamento desarrollado mediante experimentación animal que no pueda:

a) Producir efectos colaterales, que a menudo son peores que la enfermedad que el medicamento tendría que curar.

b) Hacer crónica la enfermedad que tendría que curar, logrando sólo resultados paliativos.

10,000 víctimas de la Talidomida, 30,000 víctimas del Clioquinolum (Centoxin), 10,000 víctimas de la Fenilbutazona, decenas de miles de víctimas de la Estreptomicina, del Cloranfenicol, del Aminofenazol, del Phenacetinum (Ketorolaco, Triazolam), del Paracetamol, del Metaqualonum (Droxicam), de las Benzodiazepinas, de la Reserpina, etc., son más elocuentes que cualquier comentario. Si hubiera que mencionar todos los daños provocados a los pacientes por medicamentos derivados de la experimentación animal, necesitaríamos una enciclopedia. Daños que pueden tener como consecuencia la muerte o enfermedades crónicas.

Las víctimas no son solamente los enfermos, sino también personas sanas; por ejemplo, los vacunados, los que a causa de las vacunas contraen enfermedades neurológicas, cáncer o parálisis. O personas ligeramente indispuestas, que, sin saberlo, arriesgan su vida y su salud para curarse un resfriado, una gripe o para aliviar una neuralgia. [En los libros Guía de los medicamentos y las vacunas y Prevención y curas naturales de las enfermedades infecciosas hay una lista de algunos de estos daños, mientras que en el libro Prevención y cura de los procesos tumorales están mencionadas las sustancias y bienes de consumo derivados de la experimentación animal que causan cáncer en los seres humanos].

La investigación con animales se basa en un error fundamental: el de creer que el cuerpo animal se puede comparar al cuerpo humano. En realidad, no existe un modelo de laboratorio válido, ni en medicina humana, ni en medicina veterinaria, ni tampoco en cualquier otro sector de la investigación. Las razones son numerosas y se pueden resumir como sigue:

1) Las enfermedades artificiales producidas en un laboratorio son utópicas y abstractas, y no existen en la naturaleza;

2) Cada individuo reacciona según sus condiciones psico-físicas del momento;

3) El estrés y la angustia a los que están sometidos los animales de laboratorio alteran las reacciones y el progreso;

4) El ADN de los animales es distinto del de los hombres.

Experimentando con animales, los errores se acumulan, se confunden y se multiplican hasta generar el caos. Sería muy fácil verificar esto, ya que los mismos experimentos, repetidos en diferentes muestras de animales (no sólo de especies diferentes, sino también de la misma especie), generalmente dan resultados distintos. Probablemente mucha gente se da cuenta de esto, incluso en los ambientes viviseccionistas, pero prefieren callar estos datos contradictorios y disparatados, ya que la experimentación animal hace por razones legales y económicas y está basada en la ilusión con respecto a la ciencia.

En 1980, el Prof. Kurt Fickentscher escribía: “Normalmente, las pruebas con animales no sólo no contribuyen al control de los medicamentos, sino que tienen exactamente el efecto opuesto” (Diagnosen, marzo, 1980). Un efecto que, entre todos los que puede provocar un medicamento, es el único indiscutible y constante y que se traduce en daños concretos y visibles para el paciente.

Los datos proporcionados por la Oficina Federal de Estadística son, tal vez, los más indicados para comprobar el fracaso de la investigación médica y farmacéutica que se basa en el uso de animales. Todas las enfermedades por las que esta investigación ha sacrificado el mayor número de animales han aumentado visiblemente; se puede decir que enfermedad y mortalidad en el hombre aumentan en proporción directa al empleo de animales en la investigación.

He aquí algunos ejemplos: las muertes por diabetes, leucemia y enfermedades cardio-vasculares han aumentado en, aproximadamente, el 300%; las enfermedades mentales el 700%; la artritis ha aumentado el 10,200% (diez mil doscientos por cien); las muertes por cáncer de próstata el 700%; por cáncer de mama el 300%, etc.

Y todo esto durante el último medio siglo, en un periodo en que la población suiza ni siquiera se ha duplicado.

Pero estos datos, que tendrían que ser mostrados a toda la población para probar el fracaso del método de investigación que ella misma financia con sus contribuciones, oficialmente no son dados a conocer al gran público. Al contrario, se publican otras noticias, falsas pero más provechosas, sobre los presuntos éxitos de la experimentación animal, y los nuevos medicamentos “milagrosos” que, invariablemente, son retirados del mercado después de las habituales catástrofes. Pero tampoco aquí hay problema: por cada medicamento retirado hay siempre otro nuevo, probablemente tan peligroso como el primero, pero igualmente milagroso.


Schär-Manzoli, Milly, Holocausto, ATRA – AGSTG, Suiza, 1996, pp. 139-141.

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